La culpa impertinente.
La culpa que se levanta temprano,
pone la cafetera,
te pellizca la mano,
y ni un rato más
ni que ya vas,
qué va, que no hay manera.
La culpa que es la última que se acuesta,
que siempre hasta las tantas,
que te hace dar mil vueltas,
no te suelta
y tampoco se achanta
porque ya haya pasado,
porque eso está olvidado,
que son cosas de antes,
o porque haya ganado la apuesta,
o porque haya niños delante.
No engaña, desengaña.
Las entrañas.
La culpa que no nace ni se hace.
Raras veces se nombra.
Es una cruz.
La culpa es otra sombra de la luz.
La culpa autorretrato proforma.
Por los pies de la cama los zapatos.
Te quemas, pero es que a la vez te tulles.
Al cabo te das cuenta: otro conato.
La culpa es tu otra horma.
La culpa no se crea ni se destruye.
Y tampoco se trasforma.
lunes, 14 de noviembre de 2016
sábado, 29 de octubre de 2016
Rayuela
Yo sé lo que es eso. Un forcejeo inicial. Que no dé más la fuerza. Caer rendida. Que "no" no sea no. Que yo no sea más yo. Manos quietas, como atadas, como muerta. Que yo sé lo que es eso. Piernas abiertas. Y sed. Como nada, escachada, a la pared. Sudando. Calor, temblor. Yo sé qué es. Que al final ya no sientes ni dolor. El hedor. Y ese sangrar hasta por la nariz. De llorar por la herida que no deja cicatriz. Pero queda. Ninguneada. Desgarrada. Cuerpo en dos. Para siempre una mitad. Sé lo que es eso. Ese dos. Que termina, sí. Que pasa. Otra página. Y te deja. Que te suelta, pero tarde. Tarde. Ya pasó, sí, pero queda. Yo sé lo que es eso. Que una mañana te fugues de la escuela y que llueva, y entres porque sí a una biblioteca abierta y dejes todo en la mesa y se pase medio día, y que andando por estanterías sin puertas, pases la mano acariciando sin ganas y que revolviendo a la mala maleza, que la suerte no te traiga una manzana, y te caiga un Rayuela en la cabeza.
martes, 13 de septiembre de 2016
Digamos que Ares y Afrodita...
"Se conocían desde hacía años. Poco habían hablado, pero se conocían como quizá nadie más en el mundo los conocía. Amigos no. Pero algo. Algo que no se sabe porqué ni desde cuándo ni se dice ni se hace nunca más que ese algo. Cada uno por su lado. Él con su gran familia, ella y su gran trabajo. Pero, martes. Y sin quedar, pero tampoco por casualidad, desde hace muchos martes, la fatalidad. Otra cerveza, otro vino y hablar por hablar en el mismo bar de esta gran ciudad. Pero una mano que iba a la chaqueta choca en el espaldar o una sonrisa que no tiene vuelta suelta el nudo del lazo al animal. A veces un hotel o la calle de atrás. Sexo y sudor y amor de alguna forma. Violento amor de algunos minutos y pobres cuerpos ardiendo y en flor. Casi siempre acababan por llorar. Algo así como amor. Ni ella le preguntaba por sus miedos ni él por su dolor. Las palabras no significan nada en la tabla del dos. Tiempo muerto. Tiempo. Los miércoles son siempre de ceniza en los ceniceros de la pasión. Los jueves son otoño en la semana para cualquier canción. Los viernes hoy por hoy son casi sábados, domingos, nexos, yoga y rock&roll. Y lunes de la mañana a la noche. Y víspera en el coche de la resurrección . De saber qué dirá la margarita. De qué ponemos a la señorita. De los mismos bares, de la misma, digamos que Afrodita y el mismo, vamos a decir que Ares".
lunes, 6 de abril de 2009
el Añepa...
No es el Tortoni de París. Ni siquiera una réplica de la réplica de Buenos Aires… Tampoco es un café italiano de ésos que se hacen llamar los más antiguos del mundo con su edad de más de 400 años, ni un pub británico de los que abrieron sus puertas allá por el s.XVII y todavía siguen sirviendo de “public houses”, con sus espejos de reflejos inútiles y los aires victorianos de la época, y los terciopelos gastados de seguir sirviendo hasta hoy las mismas cervezas en el casi ritual inglés de ir al salir del trabajo, de ésos que se contabilizan más de 5000 sólo en Londres...
Pero, supongo que la idea viene de ahí y también de mucho tiempo antes, del concepto de taberna, y antes de eso del de las posadas, y muchísimo antes, de los puestos de bebida de los romanos adoradores de Baco.
Luego está lo del jazz…
A menudo se llama capital del jazz a New York City. Allí están Birdland, Blue Note, Village Vanguard, Smoke, Barbes, Cavo, el 55 Bar… Hay clubs de Brooklyn, del Queens y de New Jersey. Pero la magia del jazz no está en los “templos”, qué va. Como si de una religión se tratara, la pasión por el jazz radica en el sentimiento de cada uno, el jazz es quien lo sabe apreciar, sentir, oler, tocar. Decodificar. Un local lleno de humo, un saxo estridente y melancólico, un alcohólico impertinente en la barra (a mandar al carajo), un solo de contrabajo… son sólo imágenes, aunque casi talladas que interiorizamos como si fueran pasos de procesión, y que también por eso, muchos veneran sin saber hasta dónde han sido amaestrados para ello... Pero, ése es otro tema. O el mismo, tal vez.
Bueno, la cosa es que taberna, café, pub, club de jazz o jazz mismo, Añepa se me viene a la cabeza. Añepa con todo, Añepa sin más. Sin horario ni límites. Prohibidos ni sentido. Ni común.
El Añepa es el limbo de la puerta cerrada. Y hay que tocar. O nada. Donde siguen las almas que ya no tienen sexo, edad, nombre o casilla. Y hay que saber entrar. Y salir, es cierto. Con los sueños despiertos. Ir o no ir, ya estamos, ser o no ser cómplices del peor pecado, de la ruina de Dios, del secreto olvidado de la verdad: la felicidad en realidad.
Y Pepe en la barra, y el humo ya hasta la coronilla, y las horas que son, la llave del piano en el corazón, y la conversación, y la madrugada entonando el sol, y una canción, la última y nos vamos. Pero, no.
Ni Ronnie Scott’s ni nada. Pepe’s Añepa. De Baco a mí obviando más obviedad. De raíz en Luisina a copa de provinciana ciudad de canallas que aún tienen apellido, sirenas de otros puertos y muertos que están vivos, de domingos y amor hasta las tantas si es que es día festivo.
El Añepa. Y punto. Siempre seguido de dos suspensivos. Porque seguro que continuará…
Pero, supongo que la idea viene de ahí y también de mucho tiempo antes, del concepto de taberna, y antes de eso del de las posadas, y muchísimo antes, de los puestos de bebida de los romanos adoradores de Baco.
Luego está lo del jazz…
A menudo se llama capital del jazz a New York City. Allí están Birdland, Blue Note, Village Vanguard, Smoke, Barbes, Cavo, el 55 Bar… Hay clubs de Brooklyn, del Queens y de New Jersey. Pero la magia del jazz no está en los “templos”, qué va. Como si de una religión se tratara, la pasión por el jazz radica en el sentimiento de cada uno, el jazz es quien lo sabe apreciar, sentir, oler, tocar. Decodificar. Un local lleno de humo, un saxo estridente y melancólico, un alcohólico impertinente en la barra (a mandar al carajo), un solo de contrabajo… son sólo imágenes, aunque casi talladas que interiorizamos como si fueran pasos de procesión, y que también por eso, muchos veneran sin saber hasta dónde han sido amaestrados para ello... Pero, ése es otro tema. O el mismo, tal vez.
Bueno, la cosa es que taberna, café, pub, club de jazz o jazz mismo, Añepa se me viene a la cabeza. Añepa con todo, Añepa sin más. Sin horario ni límites. Prohibidos ni sentido. Ni común.
El Añepa es el limbo de la puerta cerrada. Y hay que tocar. O nada. Donde siguen las almas que ya no tienen sexo, edad, nombre o casilla. Y hay que saber entrar. Y salir, es cierto. Con los sueños despiertos. Ir o no ir, ya estamos, ser o no ser cómplices del peor pecado, de la ruina de Dios, del secreto olvidado de la verdad: la felicidad en realidad.
Y Pepe en la barra, y el humo ya hasta la coronilla, y las horas que son, la llave del piano en el corazón, y la conversación, y la madrugada entonando el sol, y una canción, la última y nos vamos. Pero, no.
Ni Ronnie Scott’s ni nada. Pepe’s Añepa. De Baco a mí obviando más obviedad. De raíz en Luisina a copa de provinciana ciudad de canallas que aún tienen apellido, sirenas de otros puertos y muertos que están vivos, de domingos y amor hasta las tantas si es que es día festivo.
El Añepa. Y punto. Siempre seguido de dos suspensivos. Porque seguro que continuará…
lunes, 2 de marzo de 2009
viernes, 23 de enero de 2009
djangó...
Hoy mismo se cumplen 99 años del nacimiento en Liberchies del "gitano de los dedos de oro", como lo llamaron algunos de sus seguidores, el tipo que cautivó al mundo con su manera de entender el jazz, algo tan popular y visceral y que hay quienes quieren que entendamos todos como un rollo que no hay quien entienda... O por lo menos yo, que me enrollo enseguida... Hoy no voy a mandar ni enlaces ni páginas ni canciones.
Hoy sólo me acordé de su cumpleaños por casualidad y me dio por escribirle. Hoy sólo les digo que si un día como yo y hoy lo recuerdan, búsquenlo, escúchenlo. Django Reinhardt. Él cogió la guitarra un día para entretenerse y sobrellevar mejor una estancia en un hospital terrible. Cogió la guitarra un día cualquiera y por casualidad. Y la cambió para siempre.
Su vida, como la de los grandes, estuvo siempre rodeada de historias que favorecen el mito. Desde su seno familiar de gitanos nómadas y analfabetos hasta el accidente en que un incendio en una caravana llena de flores de celuloide perdió dos dedos de su mano izquierda, que no me digan que lo que tiene de trágico, no lo tiene de fotogénico... Tuvo todos los vicios y prejuicios, fumador, bebedor, jugador y canalla empedernido, nunca supo realmente de la magnitud de su talento, por más que, como los grandes, presumió y brindó y creyó ser más famoso en vida de lo que realmente era. Hizo y deshizo y fue admirado paradójicamente hasta por los nazis que lo protegieron (gracias a Dios, a los lazos del diablo, al destino o a la casualidad o la dudosa razón) mientras exterminaban a sus hermanos de raza. Tuvo a los mejores músicos de swing del momento y los mejores músicos no tuvieron jámas el swing que él tenía. Detuvo el tiempo. Lo aceleró. Ritmó el manouche. Cambió. Mezcló. Djangó...
Django era mucho Django... Como su música. Como la música. Y como el amor. Quien lo probó, lo sabe...
Hoy sólo me acordé de su cumpleaños por casualidad y me dio por escribirle. Hoy sólo les digo que si un día como yo y hoy lo recuerdan, búsquenlo, escúchenlo. Django Reinhardt. Él cogió la guitarra un día para entretenerse y sobrellevar mejor una estancia en un hospital terrible. Cogió la guitarra un día cualquiera y por casualidad. Y la cambió para siempre.
Su vida, como la de los grandes, estuvo siempre rodeada de historias que favorecen el mito. Desde su seno familiar de gitanos nómadas y analfabetos hasta el accidente en que un incendio en una caravana llena de flores de celuloide perdió dos dedos de su mano izquierda, que no me digan que lo que tiene de trágico, no lo tiene de fotogénico... Tuvo todos los vicios y prejuicios, fumador, bebedor, jugador y canalla empedernido, nunca supo realmente de la magnitud de su talento, por más que, como los grandes, presumió y brindó y creyó ser más famoso en vida de lo que realmente era. Hizo y deshizo y fue admirado paradójicamente hasta por los nazis que lo protegieron (gracias a Dios, a los lazos del diablo, al destino o a la casualidad o la dudosa razón) mientras exterminaban a sus hermanos de raza. Tuvo a los mejores músicos de swing del momento y los mejores músicos no tuvieron jámas el swing que él tenía. Detuvo el tiempo. Lo aceleró. Ritmó el manouche. Cambió. Mezcló. Djangó...
Django era mucho Django... Como su música. Como la música. Y como el amor. Quien lo probó, lo sabe...
viernes, 21 de noviembre de 2008
ALGO ASÍ COMO UNA POÉTICA...
El poema aparece de repente. Irremediablemente, inesperado. Entrecruzado, irresistiblemente e impertinentemente insospechado. Me atrevería a decir desafinado, sin afilar y aislado aunque tangente. Sin más. Sin menos. Completo y firmado por el azar, el dentro, el fuera, el complemento agente, el verbo, la verba y el adyacente.
El poema viene y va, pero se queda. Rondando la glosopeda. Mordaz acompañante. Falaz y a veces, expectorante. A veces antifaz, y a veces corteza, y jarabe de dolor de cabeza o aglutinante o capaz o maleza.
Pero, nunca se sabe de dónde vino, cómo, cuándo o porqué. Ni si fue lo que era ni lo que fue o pudo haber sido o será alguna vez. Si cabe. No se sabe.
El poema no se reduce a semas, ni tiene sujeto, tilde o fonema. Tampoco tabla del tres, dividendo ni múltiplo ni curva ni valencia ni gema ni teorema. No hubo consenso (pienso). No hubo tema. Pero si tampoco fue sólo uno aún siendo el mismo… No habrá conjugación ni regla que se cumpla ni aforismo. El poema es sin tino, un columpio asesino que ajedrea a la orilla de una chimenea. Una semicorchea que se pintorrea en un pentagrama, la flama del alma que se encarama más cuanto más flaquea…
Yo, ni idea, definitivamente. El poema aparece de repente. Sin ética, aritmética ni fuente, ni estética ni crética. Insolente.
El poema viene y va, pero se queda. Rondando la glosopeda. Mordaz acompañante. Falaz y a veces, expectorante. A veces antifaz, y a veces corteza, y jarabe de dolor de cabeza o aglutinante o capaz o maleza.
Pero, nunca se sabe de dónde vino, cómo, cuándo o porqué. Ni si fue lo que era ni lo que fue o pudo haber sido o será alguna vez. Si cabe. No se sabe.
El poema no se reduce a semas, ni tiene sujeto, tilde o fonema. Tampoco tabla del tres, dividendo ni múltiplo ni curva ni valencia ni gema ni teorema. No hubo consenso (pienso). No hubo tema. Pero si tampoco fue sólo uno aún siendo el mismo… No habrá conjugación ni regla que se cumpla ni aforismo. El poema es sin tino, un columpio asesino que ajedrea a la orilla de una chimenea. Una semicorchea que se pintorrea en un pentagrama, la flama del alma que se encarama más cuanto más flaquea…
Yo, ni idea, definitivamente. El poema aparece de repente. Sin ética, aritmética ni fuente, ni estética ni crética. Insolente.
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