Hoy mismo se cumplen 99 años del nacimiento en Liberchies del "gitano de los dedos de oro", como lo llamaron algunos de sus seguidores, el tipo que cautivó al mundo con su manera de entender el jazz, algo tan popular y visceral y que hay quienes quieren que entendamos todos como un rollo que no hay quien entienda... O por lo menos yo, que me enrollo enseguida... Hoy no voy a mandar ni enlaces ni páginas ni canciones.
Hoy sólo me acordé de su cumpleaños por casualidad y me dio por escribirle. Hoy sólo les digo que si un día como yo y hoy lo recuerdan, búsquenlo, escúchenlo. Django Reinhardt. Él cogió la guitarra un día para entretenerse y sobrellevar mejor una estancia en un hospital terrible. Cogió la guitarra un día cualquiera y por casualidad. Y la cambió para siempre.
Su vida, como la de los grandes, estuvo siempre rodeada de historias que favorecen el mito. Desde su seno familiar de gitanos nómadas y analfabetos hasta el accidente en que un incendio en una caravana llena de flores de celuloide perdió dos dedos de su mano izquierda, que no me digan que lo que tiene de trágico, no lo tiene de fotogénico... Tuvo todos los vicios y prejuicios, fumador, bebedor, jugador y canalla empedernido, nunca supo realmente de la magnitud de su talento, por más que, como los grandes, presumió y brindó y creyó ser más famoso en vida de lo que realmente era. Hizo y deshizo y fue admirado paradójicamente hasta por los nazis que lo protegieron (gracias a Dios, a los lazos del diablo, al destino o a la casualidad o la dudosa razón) mientras exterminaban a sus hermanos de raza. Tuvo a los mejores músicos de swing del momento y los mejores músicos no tuvieron jámas el swing que él tenía. Detuvo el tiempo. Lo aceleró. Ritmó el manouche. Cambió. Mezcló. Djangó...
Django era mucho Django... Como su música. Como la música. Y como el amor. Quien lo probó, lo sabe...
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