lunes, 6 de abril de 2009

el Añepa...

No es el Tortoni de París. Ni siquiera una réplica de la réplica de Buenos Aires… Tampoco es un café italiano de ésos que se hacen llamar los más antiguos del mundo con su edad de más de 400 años, ni un pub británico de los que abrieron sus puertas allá por el s.XVII y todavía siguen sirviendo de “public houses”, con sus espejos de reflejos inútiles y los aires victorianos de la época, y los terciopelos gastados de seguir sirviendo hasta hoy las mismas cervezas en el casi ritual inglés de ir al salir del trabajo, de ésos que se contabilizan más de 5000 sólo en Londres...
Pero, supongo que la idea viene de ahí y también de mucho tiempo antes, del concepto de taberna, y antes de eso del de las posadas, y muchísimo antes, de los puestos de bebida de los romanos adoradores de Baco.
Luego está lo del jazz…
A menudo se llama capital del jazz a New York City. Allí están Birdland, Blue Note, Village Vanguard, Smoke, Barbes, Cavo, el 55 Bar… Hay clubs de Brooklyn, del Queens y de New Jersey. Pero la magia del jazz no está en los “templos”, qué va. Como si de una religión se tratara, la pasión por el jazz radica en el sentimiento de cada uno, el jazz es quien lo sabe apreciar, sentir, oler, tocar. Decodificar. Un local lleno de humo, un saxo estridente y melancólico, un alcohólico impertinente en la barra (a mandar al carajo), un solo de contrabajo… son sólo imágenes, aunque casi talladas que interiorizamos como si fueran pasos de procesión, y que también por eso, muchos veneran sin saber hasta dónde han sido amaestrados para ello... Pero, ése es otro tema. O el mismo, tal vez.
Bueno, la cosa es que taberna, café, pub, club de jazz o jazz mismo, Añepa se me viene a la cabeza. Añepa con todo, Añepa sin más. Sin horario ni límites. Prohibidos ni sentido. Ni común.
El Añepa es el limbo de la puerta cerrada. Y hay que tocar. O nada. Donde siguen las almas que ya no tienen sexo, edad, nombre o casilla. Y hay que saber entrar. Y salir, es cierto. Con los sueños despiertos. Ir o no ir, ya estamos, ser o no ser cómplices del peor pecado, de la ruina de Dios, del secreto olvidado de la verdad: la felicidad en realidad.
Y Pepe en la barra, y el humo ya hasta la coronilla, y las horas que son, la llave del piano en el corazón, y la conversación, y la madrugada entonando el sol, y una canción, la última y nos vamos. Pero, no.
Ni Ronnie Scott’s ni nada. Pepe’s Añepa. De Baco a mí obviando más obviedad. De raíz en Luisina a copa de provinciana ciudad de canallas que aún tienen apellido, sirenas de otros puertos y muertos que están vivos, de domingos y amor hasta las tantas si es que es día festivo.
El Añepa. Y punto. Siempre seguido de dos suspensivos. Porque seguro que continuará…

lunes, 2 de marzo de 2009

viernes, 23 de enero de 2009

djangó...

Hoy mismo se cumplen 99 años del nacimiento en Liberchies del "gitano de los dedos de oro", como lo llamaron algunos de sus seguidores, el tipo que cautivó al mundo con su manera de entender el jazz, algo tan popular y visceral y que hay quienes quieren que entendamos todos como un rollo que no hay quien entienda... O por lo menos yo, que me enrollo enseguida... Hoy no voy a mandar ni enlaces ni páginas ni canciones.
Hoy sólo me acordé de su cumpleaños por casualidad y me dio por escribirle. Hoy sólo les digo que si un día como yo y hoy lo recuerdan, búsquenlo, escúchenlo. Django Reinhardt. Él cogió la guitarra un día para entretenerse y sobrellevar mejor una estancia en un hospital terrible. Cogió la guitarra un día cualquiera y por casualidad. Y la cambió para siempre.
Su vida, como la de los grandes, estuvo siempre rodeada de historias que favorecen el mito. Desde su seno familiar de gitanos nómadas y analfabetos hasta el accidente en que un incendio en una caravana llena de flores de celuloide perdió dos dedos de su mano izquierda, que no me digan que lo que tiene de trágico, no lo tiene de fotogénico... Tuvo todos los vicios y prejuicios, fumador, bebedor, jugador y canalla empedernido, nunca supo realmente de la magnitud de su talento, por más que, como los grandes, presumió y brindó y creyó ser más famoso en vida de lo que realmente era. Hizo y deshizo y fue admirado paradójicamente hasta por los nazis que lo protegieron (gracias a Dios, a los lazos del diablo, al destino o a la casualidad o la dudosa razón) mientras exterminaban a sus hermanos de raza. Tuvo a los mejores músicos de swing del momento y los mejores músicos no tuvieron jámas el swing que él tenía. Detuvo el tiempo. Lo aceleró. Ritmó el manouche. Cambió. Mezcló. Djangó...
Django era mucho Django... Como su música. Como la música. Y como el amor. Quien lo probó, lo sabe...